Queridos amigos.

Pronto ya otra Navidad. Distinta para todos y distinta también para mí.
Las Navidades miden el paso del tiempo. Un día tu mamá te acaricia el flequillo y te dice, que ya verás qué bien se pasa en Navidades. Son días en los que todo es para los niños. Y tus ojos se abren para que un caudal de ilusión entre por ellos.

Otro día te dicen que los Reyes Magos son los papás. ¡Vaya!

Después se te puebla la cara de granos y te aparece un bigotillo y con aire de qué-mayor-que-soy le dices a una chica que, efectivamente, son fiestas para los niños, no para ti. Ella te contesta que son para toda la familia y que a ella si que le gustan mucho.

La Nochevieja es una locura, que comienza en realidad en el nuevo año, después de las uvas, y con el deseo-superstición de que este año sea mejor, comienza un noche llena de desenfreno con sabores a alcohol, a triunfos y a decepciones.

No mucho después, tienes tus propios niños. La Navidad, la Nochevieja y el día de Reyes te vuelven a pertenecer, porque son para los tuyos. El día de Reyes, con la entrega de regalos a los niños, simboliza todo aquello en lo que instintivamente, ¿estúpidamente? te has ido involucrando… Traer dinero a casa y generar un entorno en el que crezcan los cachorros sobre la alfombra de confort que deseas proporcionar a sus vidas.

Los chavales crecen… Ya no son tan pequeños. Te preguntas si es posible seguir sintiendo lo mismo. Alrededor hay mucha gente nueva, como suegros, suegras, cuñados, cuñadas, yernos, ¿yernas? ¡Nueras! La familia es a veces algo a lo que hay que rendir un tributo. Un tributo que acaso hoy en día nadie quiere recibir en realidad, pero… Así son las cosas.

Y llegan los nuevos tiempos. Antes, cada año aumentaban las caras y caritas de cada cena. Ahora, a partir de cierta edad, es al contrario. Personas que van faltando. Que están en otros sitios. O que ya no están ni estarán más. Tenemos en el alma unos cuantas heridas cicatrizadas o casi, casi, cicatrizadas, que no falta más que sacar el cuchillo para curar la puñalada y ya estaría. Y si no hay niños cerca a los que mirar… ¿Qué narices es todo esto?

Personalmente, veo algunas cosas positivas en el paso del tiempo. He perdido capacidad de sufrir fácilmente. Me gusta cada día más el café, la cerveza, la tónica… Con los años se toleran mejor los sabores amargos. Estoy más curtido. A lo mejor sigo tratando de parecer mayor, como el de los granos, eso sería sin darme cuenta de que ya lo soy, claro, pero, hombre, algo más curtido sí que estoy, sin duda. Eso está bien. En cambio, mantengo intacta la capacidad de ilusionarme. Eso está mejor aún.

Creo que la ilusión es eso que ejercito muchas veces al margen de la realidad. Es en mi vida oculta, donde suceden las cosas que imagino y que escribo. En ese paraje, yo convoco a los Reyes Magos incluso varias veces al día, pero ellos, siempre tan fantásticos, no comparecen: solo dejan los regalos y desaparecen, cosa que yo les agradezco doblemente, porque… los imagino un poco ñoños. Así de ingratos somos los hijos. Al instante, nada más pedirlas, me regalan cosas increíbles, que son por lo general, mundos. ¡O universos! ¡Gigantescos, infinitos… ! Pero fáciles de guardar como los sueños. Ambientes hechos para los humanos. Este mundo real es demasiado pequeño para todos nosotros. Por eso nos movemos en él a dentelladas como ratas enjauladas. O como torpes aves llenas de barro en las patas, O como amedrentadas tortugas, o inadaptados ornitorrincos, huidizos seres portadores de veneno que se mueren antes de llegar a responderse: ¿Y yo qué hago aquí?

Pero escribir no es la puerta de salida de nuestro mundo chato. No es la puerta, no. ¡Es la ventana! Los cuartos de los niños suelen ser pequeños pero sus ventanas se abren a mundos gigantescos y espectaculares. Es por la ventana, por donde a los niños les apetece realmente escapar. Por donde salen los Reyes Magos después de haber entrado por la chimenea, o no sé por dónde. Por la ventana se marcha uno, como Peter Pan. Los niños quieren fugarse siempre por la ventana y no se puede. Solo algunos adultos desesperados lo logran. Los demás volamos por la ventana montados en la imaginación, pero dejando el cuerpo dentro de casa. Escribir es la ventana. También a tu interior.

Terminar este artículo se presta a decir que si escribes, todos los días serán Navidad en tu vida. Pero eso no puede ser cierto, ni habría quien pudiese aguantarlo. Me asfixiaría algo así.

Pero…
¡Feliz Navidad!
Enrique Brossa

 

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