Estoy aquí, sentado en un sillón de orejas, junto a un árbol de Navidad. No tengo más luz que las bombillas que lo adornan y el televisor, a través del cuál escucho Spotify. Suena Moon River, una versión acústica aún más Moon River que la original, que hiere tanto como un dulce recuerdo. La atmósfera es perfecta para leer un e-book en el teléfono móvil, rodeado de oscuridad y brillos navideños, todo untado de esa música suave, perfecta y yo con mi güisqui en la mano. Las ventanas reverberan el resplandor misterioso de la niebla que se ha apoderado de la noche. Un silencio frio me quema el corazón. Y tengo en la mano una novela formidable que quiero terminar.
Pero mi imaginación no me deja leer. Me distrae Mis sueños. Son mis sueños otra vez y siempre igual. Persisten. Me acarician. ¿En quién crees que estoy pensando?
Como en los viejos tiempos le ocurría al legendario estudiante, al soñador que siempre fui y que moriré siendo. Doy gracias a Dios por mi fantasía, por mi ingenuidad, por mi idealismo, por ser un falso frívolo y un sucedáneo de realista, un disfraz de adulto y un enamorado tratando de gestionarlo. Gracias, Dios mío, por estos momentos en los que no puedo leer, en los que la noche me vuelve visionario e improductivo. Por las horas de efímera pero impactante lucidez, por sonreír mirando a una pared, o atisbando un farol desde mi ventana, por hipnotizarme ante una vela encendida. Qué afortunado soy, aunque algunas veces no lo sea tanto. Lo acepto todo. Que me roben, que me maten ¡Qué me importa el mundo! Todos los inconvenientes, los acepto, Si me dejas soñar.
Que sigas siendo un soñador y que compartas tus sueños con los que, ansiosos, esperamos tus relatos.
wow!!! este texto me ha cautivado, me reconozco, y me reconcilio con esas noches que no consigo concentrarme en la lectura y ahora ya se porque. Gracias