Yo he pasado muchos años, pero muchos, muchos años, no siendo. Así: sin ser. Eso siempre te afecta.

La época de no ser es de mucho silencio, por eso la mayoría de la gente no se entera. No sabe nada de ti. Generalmente, cuando se quiere saber de tu experiencia piensan en todos los años que llevas siendo. La gente nunca pregunta qué fue de mí durante aquella larga época en la que no fui. Teniendo en cuenta todo lo que duró, que fue una eternidad, no comprendo cómo es que se obvia algo tan importante. Porque una eternidad, desde luego, es un tiempo suficiente para dejarte marcado.

Claro, he pensado mientras estaba en la oficina de correos esperando mi turno, que es básicamente cuando pienso yo, que si la gente no quiere saber nada de la época de no ser… seguro que será por algo. Eso mismo me he dicho yo en correos y hasta ahí ha llegado mi pensamiento: será por algo. Y eso que tenía unos quince ciudadanos por delante, quince seres, esperando para enviar algún paquete. Tiene que ser por algo.

Lo he comentado con un amigo con más claridad que yo en cuanto a pensamiento deductivo y me ha dado una pista, con esa lucidez que le viene caracterizando:

-Desde luego, si no es por una cosa, será por otra.

Al oírlo, me he dicho: ¡Justo! Que sí, que así tenía que ser.

Lo cierto es que la gente no recuerda la época en la que no eran. Como no habían nacido, ni habían sido concebidos aún, pues eran, casi nada. Una nada disgregada en causas futuras de causas futuras, de causas futuras… Es decir, sus bisabuelos, sus abuelos…. qué se yo. Todos sus antecesores se habrían de convertir en causas. Cuando eres una nada disgregada en miríadas y miríadas de precausas no te acuerdas de nada. y es que eres demasiado pequeño. Un polvillo disperso de nimias posibilidades. esparcidas en el universo por los soplidos de un huracán de tiempo y espacio relativos y hechos un revoltijo. Ahí todo junto, dibujando espirales como en un gran sumidero sideral.

Yo sí que me acuerdo de todo, y no es tan difícil en realidad, porque era, pues eso: no ser nada. Si en realidad, era todo el tiempo igual. Recuerdo perfectamente esa sensación de estar ahí todo el rato sin existir ni nada. ¡Cuánto añoro yo los tiempos aquellos! Y también me acuerdo de cuando mis no-ser precausales empezaron a confabularse contra mí, hasta que fui engendrado. Y al ser concebido, pues, claro, entonces fui. Ya sé que hay quien dice que el que sólo está concebido no es nada. Yo sé que durante una glaciación desconocida, muy anterior a cualquier otra descrita en libros, mis precausas ya pensaban en ser yo y en conocerte a ti. ¡Amiga, claro que sé esperar! Antes de ser algún algo, yo ya te presentía. Eso es seguro.

Al nacer, estuve un tiempo a la expectativa… A ver, esto de qué se trata. Cuando no estaba succionando una teta tan grande y blanca como la luna, miraba una especie de noria con pececitos que daban vueltas sobre mi cuna con una música para dormir. Si llevas una eternidad sin ser y te ponen un sonajero a pilas de esos, pues… al principio bien, que te lo enseñen es normal. Tiene su gracia. Pero que te tengan tiempo y tiempo con eso… Después de tanto big bang, tanta glaciación y tanto tardar en formarse todos los mundos y tal… para eso… Quiero decir que quizás deberíamos aprovechar mejor el tiempo en la cuna para realizar algunas gestiones más productivas. Pero luego, poco a poco, fui sacando mi personalidad, mi carácter, y me fui expresando. Había una madre y un padre que me sonreían de vez en cuando. Y luego, hubo una chica que me cuidaba. Mis papás la hacían servir en casa con uniforme. Solía llevar sobre él un delantalito blanco, con un bolsillo en el que asomaba siempre una biografía de Chesterton. La llamábamos Chacha. Me vio crecer, en todos los aspectos. Me había desarrollado mucho, mucho, una barbaridad tanto en conocimientos, mentalmente, en memoria, en madurez, en sabiduría, en estatura, genitalmente…. Tremendos los cambios, una barbaridad. La criada se lo hizo notar a mis padres, porque los dos eran algo despistados. Mi madre dijo, a mi padre: “por cierto, que a ver si le cambias las pilas a los pececitos, que llevan años sin funcionar.”

Hasta que un día mi padre, me preguntó:

–Hijo mío. Hace tiempo que tienes bigote. ¿De mayor, que querrás ser?

–Pero, papá –le contesté yo–. ¿Acaso el verbo ser es transitivo?

Mi padre, fijó su mirada en mí. Una mirada propia de un entomólogo a través de una lupa imaginaria. Tras examinarme bien me dijo:

–Hijo mío, tú me matas.

Se levantó y se fue a decirle a mi madre.

–Tu hijo me mata. Vaya tío raro que hemos tenido.

Aquel día comprendí que ser, al parecer, era un verbo transitivo, pero sobre todo ser es un verbo restrictivo. No se puede ser muchas cosas a la vez. De hecho es complicado ser de verdad y enteramente alguna. Como mucho se pueden cultivar media docena de facetas, pero mal y de aquellas maneras, como hijo, atento, futbolista, conductor, padre, raro y pesado. Todo a medias, en plan aficionado.

Esto no pasa con lo de no ser. Cuando no eres, puedes no ser cantidad de cosas a la vez. No eres listo, no eres tonto, no eres humano, no eres alpinista, ni guarda jurado, no eres algo, no eres todo… Puedes no ser millones de cosas a la vez, las que quieras. Pero… como te pongas a ser… ¡Ay, amigo! Si te pones a ser, la cosa cambia.

–Sí, pero hijo mío. Tarde o temprano, tendrás que decantarte por algo. Nadie puede ser todo a la vez, como pequeño y grande, día y noche. Debes encauzar tu vida. Que ya tienes veinticuatro años.

Esta conversación, con descansos y altibajos duró mucho:

–A mí me vale con ser yo, papi –le contesté años después, cuando ya tenía treinta y cinco.

¿Crees que mi padre me obligó a ser algo? No. ¿Por qué? Me lo explicó la Chacha, mientras acostada en mi cuna admiraba una vez más todos mis cambios, y me hacía rin-rín en mi ombliguito al apoyar en mi cuerpo su biografía de Chesterton.

–Tendrás que elegir, tal como te están diciendo. Pero al final verás que la autoridad que te doblegará no será la de tu padre, ni tu trabajo, ni el Estado, ni la Iglesia…

–¿Quién me doblegará a mí, dímelo tú, Chacha bonita y cochina?

–Los convencionalismos, Felipín. Los que nos mandan siempre son los convencionalismos. Estos evolucionan, se renuevan, aparentemente cambian, pero siempre son convencionalismos. Hay una manera convencional de ser y otra manera convencional de no ser convencional. Nadie se salva.

Pero casi sin ser. Y vuelvo a decir lo mismo. Con todo lo que supone la Creación del universo, todo tan grande, con tantos astros, tantos días de lluvia, tanta energía, frío, calor, hasta que por fin dejas de no ser. No es normal que los convencionalismos te mangoneen. Y mientras mi Chacha me acercaba el porro a los labios yo seguí pensando. Como en correos.

Un día, llega tu hora y dejas de ser. Otra vez a no ser durante otra eternidad.. Eso dicen, vaya, no lo sabemos seguro. Si te mueres, dejas de ser según la mayoría de los pronósticos. Cuesta mucho imaginar una eternidad. Pues a ver, imagina un par de eternidades, la de antes y la de después.

Como si quisiera apartar de mi cabeza aquellos pensamientos, mi Chacha separó el porro de mis labios y como pudo, arrimó hasta ellos la blanca luna.

En fin, Ser o no ser, Esa es la cuestión. como decía Chesterton precisamente.

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