Escribir me obliga a ser riguroso. Organiza mi cerebro. Me obliga a aprender. A ser responsable de mis palabras. Me enseña a ser consistente. Escribir bien me enseña a pensar correctamente. A tratar de ser sutil un día y bruto otro, que puede venir bien también. Unas veces me pone trascendente y serio y otras me convierte en frívolo o descubre mi propio concepto del humor. Me enseña a observar, a escuchar, a comunicarme y a hablar. A conocer a los demás. A descubrir sensaciones. Me introduce en el maravilloso camino de dejar a un lado lo que para mi vida es superfluo, ya sean cosas o personas. Me enseña lo que sabía, lo que sospechaba que sabía y lo que realmente no sabía que sabía. Me hace crecer. Escribir hace mi vida más intensa. Escribir es, al menos en mi caso, una religión personal, llena de algo parecido a la oración y la meditación. Escribir es un culto personal a algo que está dentro de mí, salga o no en mis papeles, nazcan o no mis escritos.
Escribir puede ser efecto y causa de acción y de aventuras. Escribir aporta momentos de clímax. No te aleja de la vida, sino que la amplifica. Si quieres superar una etapa, no hace falta que sea traumática, ponte a escribir y la cerrarás. Si te sientes estancado, corre, ven y ponte a escribir. Si quieres aportar algo más a tu vida, ven a escribir. Escribir es un poderoso detonante que te impulsará por los caminos que siempre has querido transitar.

Taller de Relatos Enrique Brossa
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