En estos momentos me encuentro parado en un embotellamiento en la carretera de La Coruña tratando de volver a entrar en Madrid. Llevo desde antes del amanecer haciendo algunos trayectos en coche porque hoy es un día especial en el que he tenido que asistir a mis hijos en algunos problemas. Estoy conduciendo y dictando y es una maravilla darse cuenta de cómo, sin peligro alguno, puedo aprovechar para escribir dentro del coche con o sin atasco.

Estoy últimamente muy interesado en lograr una escena realmente complicada para una novela muy fundamentada en dramas concretos y hay que reconocer que esas obras que llamamos despectivamente bestsellers, novelas que suelen estar basadas ante todo en su trama, tienen su dificultad.

Cada mañana empieza una aventura. Hay mañanas que comienzan tristes y otras llenas de estímulo y expectativas. Esta es así de prometedora. De este día espero una vivencia importante. Pero lo voy a experimentar en la ficción, en la escena que he comentado. Me acosté pensando en ella y me he levantado pensando en ella. No es una mujer, sino esa escena, ya me entendéis. He desayunado con ella y me he duchado con ella. Con la escena.

Siempre pienso que para escribir algo que valga la pena hay entre otras, dos posibilidades importantes. O bien, lo sentimos, lo cual es eficaz cuando la duración de lo que queremos escribir es relativamente corta o bien lo soñamos y nos obsesionamos con ello. Una tercera posibilidad es vivirlo primero en la realidad. Todos hemos visto una película o hemos leído una novela que por algún motivo no nos ha acabado de convencer. Sin embargo, nos hemos dado cuenta, hemos tenido que admitirlo, que al cabo del tiempo seguíamos recordando y pensando en las situaciones que habíamos visto o leído. Eso quiere decir que tampoco era tan mala esa novela o esa película porque realmente creó un mundo que logró atraparnos después de cerrar el libro o encender las luces del patio de butacas. Si es así, quiero decir que seguramente estamos ante una obra digna de consideración. Análogamente, si yo mantengo sin querer lo que escribo en mi mente, la cosa seguramente puede ir bien. Si estoy escribiendo algo y realmente no me acompaña cuándo dejó de escribir, si mis pensamientos no vuelven recurrentemente a los personajes y a las circunstancias que estoy describiendo, quiere decir que ni yo estoy gozando con la escritura ni lo que estoy escribiendo por el momento me parece importante, no pienso que valga demasiado. No estoy excitado por mi propia escritura. Si al autor no le atrapa su historia ¿Cómo podría atrapar a otros? Por tanto, es importantísimo para mí incurrir en esta doble vida, en esta existencia secreta qué significa escribir un libro.

Esto me hace pensar hasta qué punto todo lo que se relaciona con el oficio de escritor es anti rentable y difiere de lo que dictan esas teorías de la productividad personal. Existe un montón de literatura barata de autoayuda qué recomienda huir de lo que llaman multitarea, es decir, hacer varias cosas a la vez. La idea es hacer las cosas con la mayor concentración, y también sin estrés. Es posible que sea un gran consejo para poner en marcha un negocio, y para sacar adelante la declaración fiscal. Sin embargo, para escribir un libro no lo es. Al menos en mi caso. Cuando estoy escribiendo algo de corta duración sí que reconozco que me concentro mucho en mí mismo y de ahí me sale algo rápido porque normalmente son cosas que hablan de mi interior y que tienen mucha relación con un estado de ánimo momentáneo. Pero cuando lo que pretendo es hacer algo más largo ya no es solamente una cuestión de sensibilidad y de ánimo sino que por el contrario tengo que disfrutar de la complejidad asociada a una determinada situación. Una complejidad que explote salpicando gran cantidad de posibilidades, que a su vez pueden dar lugar a nuevas emociones y circunstancias. Eso normalmente cuando mejor me sale es cuando estoy haciendo otras cosas, cuando no estoy interfiriendo en el discurrir de mis pensamientos de modo totalmente consciente porque se supone que no estoy literalmente escribiendo, con letras y signos de puntuación.

Una situación ilustrativa de lo que estoy contando sucede cuando me voy a la cama. Algunas veces caigo rendido nada más apoyarme en la almohada, pero otras tardo un poco más y comienzo a soñar despierto con algo que estoy escribiendo. De ahí salen grandes historias e incluso frases concretas que me satisfacen y que al día siguiente puedo transcribir con puntos y comas. Sí estas oraciones son muy redondas no puedo evitar repetírmelas a mí mismo en la cama tratando de mejorarlas todavía más o simplemente de memorizarlas para escribirlas al día siguiente. Esto es un gran placer para mí. Mi cabeza empezó sacando de sí misma algo para el papel, pero ahora estas historias inundan mi cerebro como si vinieran de algún otro sitio exterior con el objetivo de colonizarlo.

Añoro aquellos despertares de estudiante, en los que me quedaba en la cama mirando el techo, acompañado por mis pensamientos y ensoñaciones. Ahora no puedo hacerlo, tengo una familia en casa y me sentiría culpable, porque no es muy edificante que los hijos vean a su padre, que se supone que es un señor, levantándose cuando ya han acabado las noticias del telediario de las 3 de la tarde. Por supuesto que mi manera de pensar real no es así de espartana y respeto el derecho de cualquiera a levantarse cuando le parece, pero si quieren que les diga la verdad, me parece importante que mis hijos se levanten con ímpetus mayores que los míos y salgan de la cama como tigres dispuestos a completar sus obligaciones. Pero, es mi contradicción, yo sacaba en ese estado rezongón frases que me han acompañado toda mi vida y con las que yo mismo me he marcado mi modo de ser, para bien, para mal, o para nada. Pero han sido importantes para mí, y han tenido mucho que ver con mis escritos. Y es que hay algo importante para escribir: pensar. Darse tiempo para pensar. En libertad.

Pues todo esto está escrito o, mejor dicho, dictado mientras conduzco, hablando conmigo mismo, y no habría sido mejor si lo hubiera hecho sentado en mi escritorio. Y peor tampoco. No lo habría hecho. No estaba previsto hacerlo y no figuraba mi lista de cosas por hacer. La idea de toda esta parrafada es: hay que obsesionarse con lo que se está escribiendo, aunque esto puede no depender de ti. Y debes estar activamente “escribiendo” al despertar, al ducharte, al desayunar, al pasear, al ir en metro o conduciendo tu coche. Tienes que vivir la historia que quieres reflejar. Transformarte en tus personajes. Vivir sus escenas y sufrir o disfrutar sus vicisitudes. Esto es al menos lo que a mí me pasa cuando escribo. Y doy gracias por tener este don, tan justamente ridiculizado por la sociedad. El de ser un soñador.

¿QUÉ PASA CUANDO ESCRIBO?

A partir de ahora voy a empezar a hacer textos sobre esto. Textos, videos, audios… Y un libro. Lo que vaya saliendo será publicado. Una parte quedará a disposición del público y otra como contenidos cerrados, solo para suscriptores. Si te interesa y eres capaz de tomarte esto en serio manda un email a info@enriquebrossa.com y en el asunto escribe ¿Qué pasa cuando escribo? Por un módico precio disfrutarás de todos mis contenidos, solo para suscriptores, o como se suele decir en internet, contenidos premium. Y por supuesto, mi libro ¿Qué pasa cuando escribo?
Y ahora, voy a seguir con esa escena que os he dicho antes que me ronda en la cabeza.

Abrir chat
1
¿Tienes dudas? Pregunta sin compromiso
Hola, soy Tomás 👋🏻

Si tienes dudas puedes escribirme un mensaje y te las resuelvo sin compromiso.

Estamos a un sólo mensaje de distancia 😉