Se puede vivir sin mirar hacia atrás. Lo que no sé es si se puede escribir.

Yo tengo un reto en eso. No sé si es posible transmitir algo profundo que no te lleve a la melancolía. Sin embargo, yo muy melancólico no me siento durante los últimos meses. Más bien es como si me hubiera quitado un lastre y mis penas se fueran poco a poco disolviendo. Es evidente que el pasado no tiene por qué ponernos necesariamente melancólicos… ¿O sÍ? Vaya, quizás no es tan evidente.

He emprendido un camino que se llama “hacer mi mundo” y de momento, puedo decir que es un camino estupendo, no porque esté flaqueado por unos árboles y jardines preciosos, unos lagos de leyenda, y que siempre reluzca el sol en mi travesía. De momento, es un camino que tiene de todo, Prados y pedregales, charcos y pistas, sol y lluvia, y así podríamos seguir prolongando, mediante una retórica previsible y aburrida, la idea de que en definitiva, como ya he dicho: hay de todo.

Lo bueno, lo importante de este trayecto, es que no me da pereza recorrerlo; que no me genera apatía; que ya no siento abulia: Lo transito con entusiasmo.

¿Es posible que la alegría sea menos literaria que la melancolía?

Ya imagino que al leerme se alzarán muchos y muchas, como niños en la escuela tratando de levantar el dedo más que sus compañeros para que les pregunte la seño, a decir frases del tipo, “no tiene por qué ser así”, “se puede escribir cosas alegres y divertidas”; ” ¿por qué tendría que ser mejor lo triste?”. Y otros irían por lo del humor profundo e inteligente, lo saludable que es lo positivo y lo malo que es lo negativo… Todo eso.

Bien, haceros a la idea de que ya os he escuchado a todos. Y ahora que ya me habéis corregido imaginariamente incluso antes de que confiese cuál es mi opinión, permitidme que os lo repita. Pese a todas vuestras correctas y positivas opiniones, repito la pregunta: ¿Es posible que la alegría sea menos literaria que la melancolía?

Yo diría que posible es. Y que probable… también.

Puede que no nos demos cuenta de que tratamos de imbuir a toda la sociedad de la práctica de la meditación, es decir, de no pensar. Hay que residir en el presente, te dicen, porque no hay nada más. No señalo esto como causa de nada, pero sí como indicio de la filosofía imperante que confunde la actitud mental conveniente para la salud y la cultura. Y no son lo mismo.

¿Puede alguien escribir algo si su mente está siempre paralizada por la meditación? ¿Si su reacción ante la existencia consiste en notar el paso del aire por las fosas nasales? ¿Existe algún tipo de imaginación que no recurra a la memoria, es decir, al tiempo pasado? ¿Alguien que escribe se caracteriza por estar “presente”? ¿O más bien por lo contrario, por estar ausente, y en su propio mundo interior?

Una vez más, quiero reafirmar mi cariño y respeto hacia todas esas mentes tan higiénicas, por no decir asépticas. Pero pese a mi cariño y respeto, ¿pueden entender que vivimos en la época culturalmente más mediocre de los últimos siglos, y que la degeneración sigue aumentando? Está claro que no es una coincidencia.

Permítanme que ponga en duda el interés cultural de lo utilitario. Incluso, la utilidad de lo utilitario. Los sentimientos utilitarios, las emociones más favorables, las sensaciones adecuadas, los pensamientos positivos, las reacciones bien moduladas, las opiniones adaptadas, los comportamientos integrados, los estados de ánimo gestionados…

Lo de escribir no tiene nada que ver con eso, yo creo que se entiende fácilmente. Se puede escribir desde la alegría, si tal alegría no trata de negar la existencia del pasado, del futuro, de la oscuridad, y de todos los colores, incluso los más apagados o sucios. No se puede escribir sin sentir, sin pensar, sin errar, sin sufrir, sin vivir. Para escribir, hace falta vivir, y eso implica salir de ese mundo, donde todo es blanco, amarillo y celeste; el entorno acomodaticio y simplón plagado de margaritas de la psicología climatizada.

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